Aquella noche en El Grao.
Desde esa terraza del Grao de Castellón se podía apreciar el emotivo reflejo de las estrellas en el mar, aunque él sólo tenía ojos para la estrella que se sentaba a su lado. Un ángel huído de no se sabe qué cielo. Cada vez que sus miradas se cruzaban, se paraba la música, desaparecía todo ser a su alrededor. Sólo estaba ella. Un carácter ardiente con un corazón tierno, una mirada en la que perderse el resto de sus días y una sonrisa capaz de derretir un iceberg en cuestión de segundos.
Mas, al girar unos pocos grados la cabeza, se encontraba él. Su fiel amigo, sí, un gran compañero de trabajo, también, su confidente, sin duda, pero no dejaba de ser el que se había acoplado y le había chafado el plan. De nada sirvieron las indirectas, ni las directas, echó para adelante sin más. Aunque de todo se aprende y, la próxima vez que fueran a Castellón, a buen seguro lo iba a dejar maniatado y encerrado en la habitación del hotel.

Un abrazo y hasta la próxima entrada.
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