Buenas tropa, como ahora he entrado a formar parte de la empresa más grande de este país, ya tengo tiempo para ponerme al día. Aquí os traigo el fragmento que os prometí del relato ganador del II concurso literario Gotas de luz.
MI CAMINO
Esta noche es la velada. En unos minutos debutaré como profesional en la categoría de peso ligero femenino.
—¿Estás lista, chiquilla?
—Sí, senséi —contesto con seguridad.
—Sabes que aún estás a tiempo de retirarte. ¿Seguro que quieres seguir adelante? Vas a pelear contra una veterana y, aunque confío en ti, todavía no tengo claras tus motivaciones. ¿Por qué lo haces? Quiero decir, ¿por qué no esperar a un rival más asequible? Eres joven, tienes tiempo.
—Ya lo sabes, Agus, me conoces. Es por todos los “¿y por qué lo haces?” con los que he chocado en mi vida.
Aunque debo estar centrada en lo que se me viene encima, no puedo evitar que los recuerdos asalten mi mente. Como aquella conversación entre mi madre y el director del colegio cuando tenía once años.
—Su hija le ha roto la nariz a un compañero. Debería expulsarla.
—¡Me tocó el culo! —exploté.
—Solo fue una chiquillada —aseveró Don Miguel.
—¿Por qué lo hiciste? —me preguntó mi madre, avergonzada.
Una vez en casa, la respuesta de mi padre fue apuntarme a taekwondo tradicional. Esa noche oí a mis padres discutir, pero me sentía a gusto en ese arte, me evadía con cada tul y era una con cada golpe. Durante dos horas a la semana, para disgusto de mi madre, solo existíamos el tatami y yo.
Nada más comenzar el nuevo curso, el mismo chico y un amigo suyo trataron de propasarse otra vez. Me expulsaron por defenderme, y tuve que cambiar de colegio, pero me queda el consuelo de que, además de mandarlos al dentista, evité que lo intentaran con otras compañeras de clase.
A los 16 años, pasé por varias situaciones dolorosas. Mis padres se divorciaron y, al poco tiempo, perdí a mi primer amor. Lo recuerdo como si fuera ayer:
—Me tengo que ir, David —lo besé con dulzura.
—Tía, Esther, quédate un rato más... —dijo, resistiéndose a dejarme ir.
—No puedo, tengo que entrenar.
—¿Por qué lo haces?
—Porque me apasiona. Como a ti el fútbol.
—Tendrías que quedarte conmigo, soy tu novio.
—Tú también entrenas y no te obligo a que lo dejes.
—Ya, pero yo soy un hombre y lo que tú haces no es muy femenino.
—¿Tratas de decirme algo?
—Las artes marciales o yo.
—Hemos terminado —le solté entre sollozos.
Ese día, al final, no fui a entrenar. Con la perspectiva del tiempo, he visto que mi elección fue la acertada. A día de hoy, él es una rata de bar sin oficio ni beneficio, mientras que hace menos de un mes que yo terminé la licenciatura.
Un abrazo y hasta la próxima entrada.
En este blog os iré informando de concursos literarios en los que participe, mis publicaciones y, probablemente porque me conozco, de mis inquietudes e idas de olla varias.
lunes, 18 de septiembre de 2017
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