APOCALIPSIS
Ya solo se oyen disparos aislados,
esta oleada ha terminado. Esas cosas son como autómatas, por muchos
que elimines, siguen adelante como si nada, ajenos a los que caen a
su alrededor.
-¡ALTO EL FUEGO, ALTO EL FUEGO!
La orden del jefe de sección nos
llegó alta y clara. Me senté con la espalda apoyada en el parapeto
de la muralla. Miré a mi compañero de ese día. Era un joven de
unos 30 años, no especialmente fuerte y un tanto desharrapado,
aunque no creo que yo tenga mejor aspecto. Llegó al castillo de
Santa Barbara hace unos días con un grupo de supervivientes y, tras
haber trabajado en la rehabilitación de la aljibe, lo han destinado
aquí. Bebo un poco de agua de la cantimplora, la tenemos racionada
hasta que la aljibe esté operativa y la lluvia nos eche una mano.
-¿Cómo te llamas chiquillo? Yo
soy Luis, el negro para los amigos.
-Antonio. -Respondió lacónico el
muchacho.-
-Llevo aquí con mi familia casi
desde el principio, fue una suerte que viviéramos en El Plá. Si
hubiéramos estado más lejos no se si habríamos llegado al
castillo. ¿De dónde vino tu grupo?
-No se de donde salieron mis
acompañantes, los encontré al pie del monte, buscaban una forma de
segura de subir. Yo vengo de San Vicente.
-¿DE SAN VICENTE? ¿Cómo has
cruzado toda la maldita ciudad?
-No quiero hablar sobre eso, han
sido un par de meses demasiado duros y largos.
Se hizo un incómodo silencio que
aproveché para recapacitar sobre lo poco que me había contado.
-Perdona que insista, pero no lo
entiendo. En San Vicente había un punto seguro en los alrededores
del polideportivo, está la autovía para huir al interior y, en todo
caso, el cuartel militar de Rabasa está cerca. ¿Por qué te la has
jugado viniendo aquí?
-Porque el punto seguro se
convirtió en un buffet para zombis en menos de una semana. Los
cabrones del cuartel cerraron las puertas en cuanto entró el último
de sus familiares, y ahora tiran a matar. En cuanto a la autovía...
dejo de ser una opción en cuestión de horas. He pasado una
temporada muy dura vagando por la zona de los lagos de Rabasa pero,
como te he dicho, no quiero hablar de ello.
-¡ALERTA, ALERTA, OTRA OLEADA!
-Otra vez el jefe de sección.-
Nos preparamos en el parapeto,
apuntando a los pasos habituales de los no muertos, a la espera de la
orden de disparo.
-¿En qué pensarán esas cosas?
-Me pregunté en voz alta.-
-Los zombis no piensan. ¿Y tu?
¿En que piensas cuando los liquidas?
-En los familiares y amigos que he
perdido. ¿Tu también piensas en los tuyos?
-No, yo pienso en los Iguanodon.
Tardé unos segundos en asimilar
la singular respuesta.
-¿Dinosaurios? ¿En eso piensas
entre bala y bala? Tu no estás bien del coco.
-No, pienso en el doctorado en
paleontología que estos malnacidos no me han dejado completar. Mi
trabajo trataba sobre ese genero y sus familiares en la Península
Ibérica. Estos desgraciados han acabado con mi sueño.
-¡FUEGO, FUEGO!
La descarga de fusilería resuena
a mi alrededor. ¿Cuántos zombis más quedan en Alicante?
Un abrazo y hasta la próxima entrada.
Un abrazo y hasta la próxima entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario