Él y yo
Ante mi se alza el acantilado. Desde la parte alta de la playa, rodeado de las rocas desprendidas por ciento de tormentas y temporales, observo el punto donde me espera mi objetivo, mi ansiado tesoro.
Sin cuerda, arnés de seguridad, ni casco, comienzo el ascenso. No es como escalar el Kilimanjaro, pero llevo tiempo buscando el valor necesario para el intento. Empiezo a ascender con temor y parsimonia, asegurando los pasos, con el sonido del oleaje y las aves marinas de fondo.
Poco a poco me voy acercando al ansiado saliente. Mis pies resbalan, las rocas ruedan ladera abajo, pero cada vez lo veo con más claridad. Es precioso, perfecto.
Cuando llego a él, el mar es testigo de mis lágrimas. Acaricio con cuidado su perfil, disfrutando de los detalles de este fósil que tanto me ha costado conseguir, su tacto es tan placentero como las caricias de un amante.
Sin dilación saco el martillo de geólogo y el juego de cinceles de la mochila. Ahora, con las olas tocando su mejor sinfonía, llega el momento de extraerlo de su tumba de roca para llevarlo a casa. No importa el dolor de mis músculos, ni mis manos magulladas, ahora sólo estamos él y yo. Sin cuerda, arnés de seguridad, ni casco, comienzo el ascenso. No es como escalar el Kilimanjaro, pero llevo tiempo buscando el valor necesario para el intento. Empiezo a ascender con temor y parsimonia, asegurando los pasos, con el sonido del oleaje y las aves marinas de fondo.
Poco a poco me voy acercando al ansiado saliente. Mis pies resbalan, las rocas ruedan ladera abajo, pero cada vez lo veo con más claridad. Es precioso, perfecto.
Cuando llego a él, el mar es testigo de mis lágrimas. Acaricio con cuidado su perfil, disfrutando de los detalles de este fósil que tanto me ha costado conseguir, su tacto es tan placentero como las caricias de un amante.
Sin dilación saco el martillo de geólogo y el juego de cinceles de la mochila. Ahora, con las olas tocando su mejor sinfonía, llega el momento de extraerlo de su tumba de roca para llevarlo a casa. No importa el dolor de mis músculos, ni mis manos magulladas, ahora sólo estamos él y yo.
Un abrazo y hasta la próxima entrada.
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