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Y os dejo también un trocito de mi colaboración para ir calentando el ambiente:
RUDIS
El sudor recorre nuestro cuerpo mientras entrenamos en el patio
interior de la domus. Nuestro amo nos quiere en forma y preparados
para defender el hogar en su ausencia, por lo que, una hora al día,
Odón y yo entrenamos diferentes formas de lucha bajo la supervisión
de Aureo, un antiguo gladiador que hace de guardaespaldas del amo.
-¡Pega más la espalda al cuerpo Odón!¡Vamos Marco, que solo es
una rudis! Ya veréis cuando cambiemos las espadas de madera por las
de metal. Presión, presión...-El veterano guerrero no para de rugir
ni un momento-
Hoy practicamos la lucha con una sola espada. Suerte que sean de
madera porque el viejo Odón apenas puede seguir mi ritmo y ya se ha
llevado algún golpe. El viejo cocinero resuella por el esfuerzo.
Suda a mares a pesar de que solo llevamos un calzón.
-¡Ya está bien por hoy gastapanes! Aseaos y volved a vuestros
quehaceres.
Mientras me seco el sudor con un paño, veo junto al marco de una
puerta a Briseida. Nuestra ama nos estaba observando. Según Odón,
fue ella la que me compró de niño en el mercado de esclavos de
Ostia y me puso el nombre de Marco. Es lo más parecido que he tenido
a una madre, ya que casi no recuerdo nada de Hispania. La saludo con
una inclinación y me dirijo a mis tareas.
Tras la caída de la tarde, una vez terminada la jornada, la señora
se presenta en mi humilde cuarto. Una simple celda de 2 x 3 metros
con un camastro y un arcón para guardar mis escasas pertenencias.
Tras dejar la lámpara de aceite que porta encima del arcón, se
planta ante mi.
-Tengo una misión para ti, mi buen Marco.
-Lo que desee mi ama.-Contesto con respeto-
Se quita la fina túnica. Surge ante mi como una Afrodita madura. Me
es imposible ocultar mi turbación. A pesar de las estrías de su
vientre, recuerdo de sus dos hijas, apenas ha pasado las 40
primaveras y es más que apetecible. No sé donde posar mis ojos para
no faltarle al respeto.
-Tranquilo Marco, mi marido, Odón y el resto de esclavos, se han
ido a la finca de Capua. No hay peligro de que nos descubran.-Dice
Briseida con tono meloso-
-Pero mi señora, yo...
-No te hagas el remilgado, sé que no eres un neófito, te has
estado beneficiando a una de las esclavas de Flavio, el mercader de
vinos. Relájate.
Me abrazó. Sus labios en mi cuello, me hicieron darme cuenta de que
no era un sueño. El roce de sus voluptuosos senos contra mi pecho
activaron mi sangre y el roce de mi glande contra su pubis depilado a
lo egipcio, me terminó de convencer para dejarme arrastrar al lecho.
Un abrazo y hasta la próxima entrada.
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